Y Caravaggio creó el bodegón

«Una noche en la cama me preguntaste quién era mi pintor favorito. Dudé, intentando encontrar la respuesta menos deliberada, más sincera.
Caravaggio. Mi propia respuesta me sorprendió».
John Berger

 

Entre los años finales del siglo XVI y los primeros del siglo XVII se vivió en Roma una de las etapas más excitantes de toda la Historia del Arte. Tras décadas de agitación y desorden, el Concilio de Trento había ayudado al Papado a recuperar el pulso y la ciudad lo notaba. Una gran corte de artistas llegada de toda Europa se estaba encargando de revolucionar el panorama creativo y Roma volvía a ser un referente del arte más vanguardista del momento. En ese momento y lugar, un joven pintor milanés estaba dando muchísimo que hablar por el extremo realismo de sus cuadros. La pintura de Caravaggio gozaba del favor de los patronos más acomodados y con un gusto artístico más sofisticado de la ciudad: los cardenales de la curia papal.

La obra culminante de su etapa de juventud va a ser una de las pinturas favoritas del joven e influyente cardenal Federico Borromeo, arzobispo de Milán y una de las figuras centrales de la cultura postridentina. Tanto le gustaba el cuadro al cardenal que lo va a convertir en la clave de su colección artística, germen de la futura Pinacoteca Ambrosiana que funda en 1618 para la formación cultural de los milaneses. Allí mismo, con recogimiento y veneración, se puede todavía disfrutar en la actualidad, en la sala central de la Biblioteca, rodeado de los manuscritos de Leonardo da Vinci y a pocas salas de distancia del cartón de la Escuela de Atenas de Rafael.

El Cesto con frutas no ha perdido su enorme poder de atracción desde entonces. La representación no puede ser más simple: un cesto de mimbre, sobre fondo neutro, se posa sobre el borde de un mueble. Rebosando frutas de todo tipo, es prácticamente idéntico al que lleva el Niño con cesto de frutas de la Galleria Borghese y similar también al del Baco de Uffizi. La principal diferencia entre los tres es crucial: en el cesto de la Ambrosiana no hay ninguna excusa ni pretexto para la naturaleza muerta. El objeto es el protagonista único y absoluto de toda la composición. La primera naturaleza muerta independiente del arte italiano y, quizás, la primera con carta de identidad propia de todo el arte europeo.

Esta obra maestra es una gran bisagra entre el Renacimiento y el Barroco. Por un lado, la tradición de pintura del natural de Giorgione se mezcla con el detallismo realista de los flamencos, de manera que el cuadro es una gran desembocadura del río manierista. Por el otro, la luz analítica es excepcional, una verdadera innovación, que se mezcla con el retrato de objetos con vida propia configurando una de las primeras vanitas barrocas. El realismo es tan extremo que las frutas pesan, deformando el borde izquierdo de la cesta, mientras podemos apreciar que una manzana está agujereada y podrida por un insecto. La modernidad es tal que el recipiente rompe el plano de representación, entrando en el espacio del espectador, al tiempo que el encuadre (tremendamente atrevido) corta una rama de vid que procede de algún lugar indeterminado fuera del marco.

La proeza ilusoria de Caravaggio y su atrevimiento intelectual conducen a la pintura a una nueva era de la representación.

 


[Imagen procedente de Wikimedia Commons]


Bibliografía
Marco Navoni y Alberto Rocca, La Pinacoteca Ambrosiana, 2015.
Vittorio Sgarbi, Caravaggio, 2010.
Helen Langdon, Caravaggio, 1998 [2010].
Carlos Vidal, Dios y Caravaggio, 2016.
John Berger, Sobre los artistas. Vol. I, 2015 [2017]


 

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