El clima está de actualidad. La ruleta informativa, siempre girando y cambiando semanalmente de objetivo, coloca en las primeras planas de los medios diferentes temas que, en pocas horas, caducan y son sustituidos por el siguiente asunto de “interés informativo”. Esa ruleta ha decidido que estos días toca que nos olvidemos un rato de París y estemos todos muy preocupados por el clima y sus “cambios de humor”. Parece obligatorio que cada ciudadano tenga una opinión formada sobre el cambio climático, la influencia humana en el mismo y las consecuencias que puede tener para la vida en nuestro planeta a tiempo futuro.
El Barroquista no es el lugar para discutir sobre el cambio climático, asunto sobre el cual hay un más que notable consenso científico.
Pero no viene mal aprovechar la actualidad del tema para recordar que los cambios del clima no son cosa de nuestro siglo y que, ya en el pasado, han provocado cambios catastróficos en la forma de vivir de las personas.
La «otra» Edad de Hielo
En el Barroco hacía mucho, mucho frío.
La época que identificamos con el Barroco (1600-1750) coincidió justo en el momento central y más crudo de una etapa climática que se denomina Pequeña Edad de Hielo (PEH). Esta fase de enfriamiento del clima comenzó aproximadamente en el siglo XIV y no terminaría hasta mediados del siglo XIX, cuando las temperaturas medias volvieron a subir. La Edad Media había sido una época particularmente benigna en cuanto al clima, con temperaturas suaves, inviernos moderados y veranos agradables. Después de esa etapa calurosa, que se denomina Óptimo Climático Medieval (siglos X-XIV) llegó un fuerte desplome de las temperaturas, con inviernos de una crudeza que no se había visto durante la Edad Media, especialmente en el hemisferio norte.
¿Por qué se enfrió el clima?
Hay abundantes pruebas de la caída de temperaturas durante la PEH, tanto en sedimentos marinos como en estudios de paleobotánica. En los documentos de la época hay multitud de testimonios de fenómenos meteorológicos extremos, pérdidas de cosechas y grandes hambrunas. Incluso en el arte de la época se representan las temperaturas inusualmente bajas del momento, con gran abundancia de paisajes nevados y helados de la pintura barroca europea.
Las causas de semejante caída de las temperaturas están en debate, aunque normalmente se acepta la combinación de dos fenómenos. Por un lado, una baja actividad solar, que se ha documentado con pruebas químicas y a través de la observación del astro. El astrónomo Edward Maunder pudo determinar que entre 1645 y 1715 las manchas solares prácticamente desaparecieron de la superficie del sol, en un periodo que desde entonces se denomina como Mínimo de Maunder. Esto pudo influir en la caída de temperaturas, especialmente en el hemisferio norte.
Por otro lado, durante toda la PEH hubo una importante concentración de grandes erupciones volcánicas y la presencia de la ceniza en suspensión en la atmósfera durante meses es un factor bien conocido de enfriamiento del planeta. También se han sugerido como causas de este enfriamiento global una alteración cíclica de la órbita terrestre alrededor del sol, una modificación de las corrientes oceánicas e, incluso, que la caída drástica de la población que se experimentó después de la Peste Negra en el siglo XIV también pudo tener su influencia en la bajada de temperaturas.
Viviendo en un infierno helado
Las consecuencias que el cambio climático de la PEH tuvo para la vida sobre el planeta fueron tremendas. La nieve pasó a cubrir buena parte de Europa durante todo el invierno, durante el cual se helaban ríos y lagos que, en la actualidad, rara vez se hielan y sólo en inviernos especialmente gélidos. Ríos como el Támesis se congelaban con tal frecuencia que los londinenses adquirieron la costumbre de pasear y patinar sobre su superficie, como se ve en el cuadro de 1677 (abajo). Los famosos paisajes barrocos de patinadores sobre lagos helados en Holanda datan también de esta época. En España, hay registros históricos que documentan que el Ebro se heló siete veces entre 1505 y 1789, mientras que los análisis apuntan a que los actuales glaciares de los Pirineos se formaron precisamente durante la PEH y han estado fundiéndose desde entonces.
Pero la PEH no era sólo frío, hielo y nieve. Desató lluvias torrenciales que se volvían de una violencia terrible para las personas y las cosechas. En toda Europa, sobre todo en zonas que se encuentran por debajo del nivel del mar, las inundaciones se convirtieron en crónicas por el desbordamiento anual de los ríos. Los animales morían o dejaban de dar leche, problema que se añadía a las malas cosechas, destrozadas por los fenómenos climáticos extremos. Esta combinación de factores disparó la malnutrición de la población europea, aumentando la mortalidad natural así como las epidemias, que se convirtieron en constantes.
En el siglo XVII sobrevivir era una auténtica heroicidad, ya que en muchas partes de Europa una de cada tres personas moría de hambre o por dolencias relacionadas con las escasez provocada por la PEH. No es casualidad que desde el siglo XV en adelante se desarrollase el hospital como nueva tipología de la arquitectura: es que había tanta gente enferma que tuvo que inventarse un espacio para depositarlos a todos, una necesidad que no había existido antes en tal escala. Los caminos de todo el continente estaban repletos de vagabundos y enfermos viviendo de las limosnas, a los que periódicamente se sumaban oleadas de emigrantes que escapaban de las inundaciones, extremos climáticos y de las abundantes guerras. Porque, cuando los recursos para la vida se volvieron escasos, la guerra pasó a ser la condición natural del hombre: todos los estados del continente se vieron inmersos en conflictos bélicos durante la PEH, especialmente en el siglo XVII que fue, posiblemente, el más sangriento de la historia en cuanto a la cantidad de guerras y duración de las mismas.
La huella cultural: el lado “positivo”
Este paisaje apocalíptico dejó una huella cultural muy profunda que todavía define el carácter del continente europeo. El medio natural era hostil durante la mayor parte del año, de modo que había que protegerse y aprender a convivir con él. Esto impulsó la arquitectura, que avanzó notablemente durante la época de la PEH, naciendo nuevas tipologías de edificios. El concepto de vivienda, que durante la cálida Edad Media se había mantenido muy primitivo, se fue desarrollando de modo que las casas proporcionasen el mayor confort posible a sus moradores, como forma de combatir la dureza del clima. Nuestra idea de “casa” nace en la Europa Central de la época barroca, en buena medida como respuesta y refugio a la PEH.
El ocio cambió radicalmente y giró hacia “actividades de interior”. No es una casualidad que el teatro y la música, que se desarrollan principalmente a cubierto, floreciesen precisamente durante los siglos de la PEH y, especialmente, en el Barroco, durante la etapa en que se sufrió el tiempo más duro. Fueron los siglos de oro de la ópera, la actividad escénica por antonomasia, que se disfrutaba en multitud de teatros por todo el continente, siempre a cubierto de las inclemencias meteorológicas. Impulsada por la imprenta, la literatura pasó a ser parte clave del ocio de las clases más acomodadas, llegando a finales de la PEH a ser considerada como un reflejo de status social. Frente a una Edad Media climáticamente amable que facilitaba el disfrute del exterior, en el Barroco se consolidó un concepto de vida doméstica que nos ha dejado innumerables testimonios culturales, desde la pintura de caballete hasta la poesía.
También el miedo al clima impulsó el desarrollo de dos posturas muy diferentes hacia la naturaleza. Por un lado, los desastres climáticos empujaron a una mayoría de la población a ponerse bajo la protección de sus creencias, desarrollándose una variedad y riqueza de devociones nunca vista antes, muchas de ellas directamente relacionadas con el tiempo meteorológico. Por otra parte, la persistencia del mal tiempo impulsó, a su manera, la primera Revolución Científica, ya que los eruditos y estudiosos comenzaron a analizar con más empeño y rigor los fenómenos naturales y los ciclos del planeta, tratando de entender las causas subyacentes de tantos desastres. La primera gran etapa de observaciones científicas florece justamente durante los siglos más severos de la PEH, buscando en muchos casos las respuestas a la ola de calamidades que el clima había desatado.
Dicen que “no hay mal que por bien no venga”.
Bibliografía
Geoffrey Parker, El siglo maldito, 2013
Witold Rybczynski, La casa. Historia de una idea, 2006
Bartolomé Mennassar et álii, Historia Moderna, 2013
Imágenes del artículo
Chema Madoz (fuente)
Hendrick Avercamp, Paisaje de invierno en el canal
Abraham Hondius, Támesis helado (1677)
Hendrick Avercamp, Escena en el hielo
Justus Sustermans, Retrato de Galileo Galilei (1636) [detalle]
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